Me he venido hasta aquí (...) para hablar sólo un poco, muy poco, con algún transeunte y preguntarle una dirección. En esta ciudad, donde la respuesta es siempre la misma: "Destra, sinistra, sinistra, destra, destra, sinistra e altra volta sinistra".

Antonio Gala: Los papeles de agua.

domingo, 25 de marzo de 2012

Escuchando a Tom Harrell.

Corrían los primeros años de la década de los 80. La casualidad y una serie de afortunadas circunstancias me habían conducido aquella noche hacia una perfecta tetralogía formada por chica, juventud, música y alcohol.

Y allí estábamos, entre un puñado de fanáticos del jazz, escuchando a unos poco afortunados instrumentistas locales entre los que destacaba un saxo tenor desaforado, esperando la salida a escena de Phil Woods.

Saxofonista blanco del que solo sabía entonces que era discípulo predilecto de Charlie Parker, aterrizaba en Valladolid en plena zona de bares y tugurios a los que los universitarios recurrían para hacer más llevadera la carrera.
 Presentaba un quinteto de reciente creación, abandonando su habitual European Rhythm Machine, (eso lo descubrí después), y era una ocasión de degustar en directo un bocado al que contaba con llegar tan solo mediante grabaciones.


A Phil Woods no le vimos mucho. Paseó por el escenario bajo su inconfundible visera, fraseó de vez en cuando, y descargó casi toda la responsabilidad del concierto en su trompetista: Tom Harrell.

Fue un espectáculo sonoro y visual. Y no precisamente por su dinamismo.  Tom Harrell no es Hampton, saltando y sudando tras un vibráfono. Ni Armstrong, bromista impenitente, socarrón.  Mientras el resto del quinteto se comportaba como se espera de un jazzman,… (activos, atentos, siguiendo el ritmo, marcando el compás con todas las partes de su cuerpo, destilando Swing por cada poro y en cada nota), Tom Harrell convertía el quinteto en un marcado cuatro mas uno. Abstraído, cabizbajo, ascético, más gárgola que humano. Viva imagen de un monje aferrado a una trompeta.

Mientras oídos, pies y corazón seguían la vertiginosa evolución de las notas, los ojos, mis ojos por lo menos, no perdían de vista aquél trompetista inmóvil, descubriendo que sólo salía de su ensimismamiento para acercar la boquilla a los labios y lanzar hacia nosotros (o hacia ninguna parte, pues no creo que fuera consciente de nada que no fuera sonido y ritmo), improvisación tras improvisación, el jazz más alucinante que soy consciente de haber escuchado en toda mi vida.

Fue algo mágico, irrepetible, inolvidable.  Puede que Phil Woods intuyera que esa era la noche de Tom Harrell y discretamente se pusiera en segundo plano, aprovechando un bolo tras el festival de Donosti para descansar cubriendo el expediente. 
O puede sencillamente que Tom Harrell se merendara a Phil Woods.

La tetralogía salto en pedazos: adios alcohol, adios juventud (reemplazada por un estado de intemporalidad inquietante), y todo quedó reducido a música y chica, esta mirando alternativamente al escenario y al idiota en trance que tenía al lado.
De allí salí buscando el nombre que un programa improvisado no incluía, y unas grabaciones que ampliaran mi colección de LPs.

El nombre lo encontré. Y con él la solución al misterio.

 “Nacido en Urbana, Illinois
La biografía está al alcance de cualquier internauta, no tiene complicaciones. Pero existe una página que retrata perfectamente a Tom: “Tocando desde otro lugar. Tom Harrell, su trompeta y la pasión”.

Biográficamente, Harrell sufre una enfermedad desde la infancia, supera una enfermedad , o está siendo tratado con fármacos.  El resto son elogios o descripción de estilo. ¿Qué no recogen las biografías o qué dejan de lado?. Precisamente el motivo que le hace diferente, la explicación de su comportamiento sobre un escenario.
Citando  “ Tocando desde…”:   “(…) ¿qué pasa con  Tom Harrel que le hace distinto a todos?  Esquizofrenia paranoide desde los 11 años. (…)


Tras haber superado recaídas, problemas personales y matrimoniales, y algún que otro intento de suicidio, el mismo Harrell habla así de su enfermedad:
“Una cosa que ha pasado con la enfermedad mental es que me ha ayudado a adentrarme más en mí mismo. En cierto modo me aísla socialmente. No tengo tantas opciones sociales como tienen otras personas”. 


Parafraseando “Tocando desde...”  “Tom Harrell (…) habita una realidad complicada, y su mundo sonoro tiene la delicada tarea de equilibrar el mental”.

El mundo a través de los sentidos de Harrell es muy diferente al que percibimos el común de los mortales.
Harrell convierte en música todo lo que para nosotros son sonidos cotidianos, dicho de otra manera, contempla el mundo de una forma peculiar, convirtiendo en una sucesión de melodías ritmos tonos y acordes lo que para nosotros son ruidos.  Y piensa que la mejor manera de escuchar la música es con los ojos cerrados.
Todo se refleja en escena. Todo compone el personaje que vemos antes que escuchamos cuando acudimos a una jam session. Y es que, además de su timidez, Tom Harrell tiene miedo a ser mal interpretado por el público. A pesar de que Harrell ¡adora! a su público.


El caso es que, casualidad, con el tiempo cayó en mis manos una novela, “La velocidad de la luz”, de Javier Cercas, ambientada en Urbana.  Su protagonista, un excombatiente de Vietnam de vida torturada, cordura inestable e incapacidad social. 

Urbana.

El mismo pueblo al que iban a tocar Jack Lemmon y Tony Curtis en Con faldas y a lo loco.

Música, literatura, cine y Urbana. No me va a quedar más remedio que darme un garbeo por allí algún día.

Mientras tanto, sigo forjando la larga cadena de casualidades que da forma a  mi vida. Y cuando ya no pueda añadir más eslabones, es muy posible que recuerde que una noche en una plaza de Valladolid tuve el privilegio de escuchar a Tom Harrell.

Y moriré feliz.



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