Cuando llegué a Micenas, el sol había
ganado la partida a los últimos restos de la bruma y el valle temblaba bajo la
robusta luz.
(...)Uno siempre aspira a visitar en
soledad lugares como Micenas,
pero es algo imposible en nuestro
tiempo. (...) Supongo que la mayoría de los turistas que había allí aquella
mañana sentían lo mismo que yo: que tenían el derecho de estar solos.
Ascendí la cuestecilla y
alcancé la briosa Puerta de los Leones, cercada de bloques de piedra imbatibles
frente al furor de los siglos.(...) No hay, quizá, una entrada tan imponente en
el mundo para el palacio de un rey.
(...)
Al traspasar la Puerta de los
Leones, aquella mañana
luminosa,(...) sentía a Homero caminando
a mi lado, pero la presencia de Shakespeare me parecía en esa hora más próxima.
Quizá tan sólo porque Micenas es el lugar del crimen, del gran crimen, del
asesinato más literario de la historia del mundo.(...)
Ascendía, pues, en la mañana luminosa,
las rampas marmóreas de Micenas(...)entre los berridos de agonía de Egisto, los
ayes de dolor de Clitemnestra, lamentos de un moribundo Agamenón, gritos de
parcas, suspiros perplejos del vengador Orestes, versos encendidos de
Eurípides, y consejos temibles de Lady Macbeth. (...) Olía a muerte en la
mañana de Micenas mientras los alegres turistas se fotografiaban unos a otros
con furor, ignorantes del crimen, de los más grandes, espantosos y magníficos
crímenes de la historia de la literatura.
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(...)los criterios morales de
los griegos no se parecían en absoluto a los nuestros, heredados en su mayoría
del mundo cristiano. Sus dioses, entre otras cosas, no eran infinitamente
buenos e infinitamente justos, como el dios cristiano, sino infinitamente
malignos e infinitamente caprichosos. En la Antigüedad clásica, del último que
podías fiarte era de un dios.
Javier Reverte. Corazón
de Ulises. Aguilar.
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