(…) Nadie nos devolvió su Voigtländer ni el último carrete que gastó aquella tarde, en el que tal vez estaría, luminosa y emblemática, con ese resplandor genuino que emana de la obstinación, su foto favorita, aquella cuyo negativo quería revelar sin retoques.
No sé si consiguió esa foto, no lo sabremos nunca, pero la que yo conservo, la que hizo días antes al tranvía espectral y encendido bajo la lluvia, rodeado por una muchedumbre sumisa y a la vez obstinada moviéndose a pie, raídas gabardinas en torvas espaldas y periódicos mojados en la cabeza, aquella fotografía que él había manipulado con su lápiz de punta fina en la soledad del cuarto de revelado, hoy sigue siendo la imagen más pertinente y turbadora de cuantas captó David, el testimonio más cabal y más veraz de lo que un día, hace mucho tiempo, conmovió esta ciudad.
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