(...)
- ¿Y cuál es su religión?
- No soy creyente. –respondí.
- ¿Pero cual es su Dios?
- Ninguno. –dije.
-¿Y se puede vivir sin Dios? –preguntó espantado.
- A mí no me hace demasiada falta. –respondí.
- ¡Dios existe! –exclamó excitado y con los ojos muy abiertos.
- No para mí, Abú. –contesté.
Pareció abatido. Caviló unos instantes. Luego dijo:
- Qué extraño es… En Inglaterra, en Francia, en su país… hay mucha gente que no tiene Dios. Aquí creemos todos. Qué extraño. Fueron ustedes quienes trajeron la religión a estas tierras. Hubo guerras y mártires. Y ahora son ustedes los que no creen en sus dioses.
Dígame, ¿para qué los trajeron?
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