paseaba. Una noche, al cruzar por delante del teatro de
Apolo, se encontró con
Montaner.
(…) Subieron juntos la cuesta de la calle de Alcalá, y al
llegar a la esquina de la de
Peligros, Montaner insistió para que entraran en el café de
Fornos.
—Bueno, vamos —dijo Andrés.
Era sábado y había gran entrada; las mesas estaban llenas;
los trasnochadores, de
vuelta de los teatros, se preparaban a cenar, y algunas
busconas paseaban la mirada de
sus ojos pintados por todo el ámbito de la sala.
Montaner tomó ávidamente el chocolate que le trajeron, y
después le preguntó a
Andrés:
—¿Y tú, qué haces? —Ahora nada. He estado en un pueblo. ¿Y
tú? ¿Concluiste la
carrera?
—Sí, hace un año. (…)¡Aunque
para lo que me sirve el ser médico!
—¿No encuentras trabajo?
—Nada. He estado con Julio Aracil.
—¿Con Julio?
—Sí.
—¿De qué?
—De ayudante.
—¿Ya necesita ayudantes Julio?
—Sí; ahora ha puesto una clínica. El año pasado me prometió
protegerme. Tenía
una plaza en el ferrocarril, y me dijo que cuando no la
necesitara me la cedería a mí.
—¿Y no te la ha cedido?
—No; la verdad es que todo es poco para sostener su casa.
—¿Pues qué hace? ¿Gasta mucho?
—Sí.
(…) — ahora, además, como te decía, tiene una clínica que ha
puesto con dinero del
suegro. Yo he estado ayudándole; la verdad es que me ha
cogido de primo; durante más
de un mes he hecho de albañil, de carpintero, de mozo de
cuerda y hasta de niñera;
luego me he pasado en la consulta asistiendo a pobres, y
ahora que la cosa empieza a
marchar, me dice Julio que tiene que asociarse con un
muchacho valenciano que se
llama Nebot, que le ha ofrecido dinero, y que cuando me
necesite me llamará.
—En resumen, que te ha echado.
—Lo que tú dices.
—¿Y qué vas a hacer?
—Voy a buscar un empleo cualquiera.
—¿De médico?
—De médico o de no médico. Me es igual.
(…)—De manera que nadie ha marchado bien de nuestros
condiscípulos.
—Nadie o casi nadie, quitando a Cañizo con su periódico de
carnicería, y con su
mujer que los domingos le da langosta.
—Es triste todo eso. Siempre en este Madrid la misma
interinidad, la misma
angustia hecha crónica, la misma vida sin vida, todo igual.
—Sí; esto es un pantano —murmuró Montaner.
—Más que un pantano es un campo de ceniza.
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